Pinillos pertenece a esta categoría de autores secundarios que en las historias de la literatura aparecen con una breve reseña bibibliográ-fíca que hace alusión a una etiqueta desgastada y sin sentido: epígono del 98. Su literatura es genuina, agria, fuerte y tierna a la vez, y se desarrolla en esa línea de sombra que arranca de los nombres típicos del 98 y que, a modo de pirueta circense, se sitúa de un salto en la postguerra, con el intermedio "novecentista" o "del 14" de Pérez de Ayala —me refiero a novela principalmente: en poesía se habla del 27. Si además de formar tropa con una legión de autores poco agraciados por la gloria literaria, tiene la mala fortuna de morir joven —cuarenta y siete años—, con una trayectoria literaria sin ultimar, podremos comprender mejor las razones de referencia tan sucinta en los manuales y estudios de literatura.
Todos éstos fueron los motivos que me llevaron a ocuparme de Pinillos, en cuya obra reconocí rasgos más familiares, voces más permanentes y cercanas en el tiempo: el Cela de La familia de Pascual Duarte o el teatro de Lorca.
Las fuentes documentales a las que tuve acceso, aparte las que se desprenden de la bibliografía que aparece al final del presente trabajo, se centraron en la consulta minuciosa de colecciones de diarios y revistas de los años en los que podía desarrollarse la labor creadora de Pinillos. Para ello no contaba con guía alguna: la inexistencia de estudios sobre él convertía la búsqueda periodística en una labor ardua, trabajosa y lenta, que se extendió a lo largo de tres años de forma continuada, ininterrumpida y diaria desde Madrid. Resultado feliz de estas pesquisas fue el seguimiento de toda su trayectoria periodística o el hallazgo" de un seudónimo nuevo -"Puck"-, utilizado por él durante un tiempo y que fue posible reconocer porque previamente había leído toda su obra publicada en libro. En otras ocasiones, el receñido por años y años de prensa diaria o por colecciones de revistas no arrojó novedad alguna.
La pane biográfica de Pinillos me deparó igualmente algunas sorpresas. Esperaba encontrar material inédito, fruto de la cantidad de relaciones literarias y de otro signo que el momento histórico deparó a nuestro autor. Pero, localizadas sus hijas y nietos, me encontré con la desagradable sorpresa de que toda la documentación -cartas, fotografías, quizá algunos escritos suyos-, conservada en un baúl durante años, había quedado reducida a polvo. Ni biblioteca ni papeles personales de un autor que no conserva en la familia continuidad literaria de ningún tipo. Ni en Madrid, ni en Sevilla -tampoco en Camón de los Céspedes- ni en Bilbao, pude obtener, pese a la buena voluntad de sus descendientes, más que vagas referencias y datos biográficos de tono menor frente a las posibilidades teóricas con las que parecía partir. Esta circunstancia deslució un trabajo que arrancaba de un planteamiento más equilibrado entre vida y obra, e inclinó finalmente la balanza hacia ésta última.
El estudio de la misma se ha estructurado de acuerdo a los géneros literarios cultivados por Pinillos -periodismo, narrativa y teatro- y con cierto eclecticismo crítico, según me parecía que ingredientes de unos u otros sistemas críticos cuadraban mejor en cada caso y debían obtener por tanto mayor o menor preponderancia.
En el primero, y con criterio cronológico, fui rastreando su labor periodística, desde El Globo en 1902 hasta las colecciones de crónicas, semblanzas y entrevistas publicadas como libro entre 1917 y 1920, pasando por su trabajo en España, El Liberal de Bilbao, el de Madrid y El Heraldo de Madrid. Me pareció fundamental señalar cada una de sus colaboraciones, de las que hasta ahora se carecía de información, y a la vez seleccionar las más significativas en diferentes registros o modalidades, antes que intentar ofrecer una visión de conjunto que habría de ser necesariamente muy general y en cierta forma repetitiva. Y ello porque los aspectos ideológicos que se desprenden de sus colaboraciones pertenecen al área común del escritor "de izquierda" de la época -y en un sentido amplio al de la "gente nueva"-, y los he dado por suficientemente conocidos, mientras que los aspectos estilísticos o propiamente literarios aparecen con mucho más vigor e interés en su producción narrativa.
Con la narración el criterio adoptado fue otro: consideré imprescindible partir de una visión de la narrativa contemporánea a la suya, y ello para situarla en su lugar adecuado y consciente de los relativos y parciales que suelen ser estos recorridos por áreas tan difíciles de abarcar y tan complejas. Al mismo tiempo creí útil repasar las reacciones y valoraciones críticas que produjo su obra, tanto las coetáneas como las posteriores, mediatizadas estas últimas en cierta medida por opiniones superficiales pero de bastante fascinación mimética. Para escapar de esa órbita viciada de juicios repetitivos, me pareció conveniente asentar los míos sobre otras bases; de ahí la atención prestada a consideraciones teóricas, técnicas y expresivas vitales cuando se habla de novela y que permiten evaluar de manera más objetiva y crítica los logros y las posibles deficiencias de un narrador. Finalmente analicé una a una cada obra dentro de subgéneros claros: novelas, novelas cortas y relatos, y en cada uno de ellos siguiendo un orden temporal. En realidad habría sido fácil dejarse llevar por la costumbre e invertir el orden, como si estuviéramos ante un proceso evolutivo y de aprendizaje que culmina en la novela extensa. En nuestro autor no se da este condicionante: Doña Mesaüna es de 1910, posterior a algunos relatos pero anterior a muchos otros y a bastantes novelas cortas; por eso he preferido respetar la altura y la coherencia de cada modalidad como subgéneros diferenciados que son y con exigencias distintas.
En cuanto a la dramaturgia, último frente en el que ejerció su acción creadora, se siguió un esquema de estudio similar a la narrativa, con atención al teatro que se daba por entonces tanto en España como en Europa. También se hizo un repaso de las reacciones críticas a sus obras, reacciones que en ocasiones suponen un testimonio revelador del estado en que se hallaba la crítica teatral en nuestro país. Pero lo que más interesa de este bloque se señalan las conexiones de su obra con aspectos del teatro clásico español o con autores contemporáneos suyos, así como interrelaciones con otras facetas de su labor como escritor. Por último se incide en cada uno de sus títulos, siguiendo para ello una ordenación cronológica. Con esto se acaban de perfilar las notas más personales, no sólo de su teatro, sino de su producción en general. Notas que, a modo de frase melódica, nos acercan -eso he pretendido- a una figura prototipo de la literatura española del primer cuarto de siglo.
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