Buscando el aroma
Carmen Borja
Ámbito Literario
Barcelona, 1980
128 páginas
ISBN: 84-7457-076-X
Selección de poemas:
Entonces supe
que la vida se agarraba a mí
y que sus brazos trepaban
por mi garganta callada.
Entonces vi
que el movimiento era blasfemia
y que los astros morían
al sonreir desde el cielo.
Palabras. Palabras
torcidas. Palabras
ecos-espuma. Palabras
blancas,
rugientes,
malvadas palabras
hambrientas de roca.
Palabras rizadas. Silenciosas
palabras, tal vez nada.
Mi vida misma:
dolor de palabras.
Quizá tenga razón
cuando la duda clava,
cuando la angustia paraliza
y gime en el centro del enigma.
Trato, con dolor callado,
de concentrar lenguaje,
devolviendo el sentido lejano
a la palabra dormida.
Pretendo, instante perfecto,
condensar tu belleza,
cerrar mis ojos,
soñar triste la felicidad
de haber vivido
y balancearme, suave,
en tu compás de muerte,
de muerte y de esperanza.
Cuando el amor se queda escaso
y un solo cristal
separa mi cara de otras caras,
salvando entonces suciedades alternas
de un invierno
y otro invierno,
de un día y otro,
vuelvo a tener en mi mano
la sensación antigua
de estar lejos, única,
sin cordón alguno
ligado a la memoria de alguien,
al recuerdo de alguien,
sin oportunidad de acabar
o de empezar nueva,
sin poder hacer nada
o, tal vez,
contemplar un cristal
que separa mi cara de otras caras,
un tiempo de otros tiempos.
El círculo amenaza con cerrarse
y terminar la órbita iniciada
en un tiempo sin memoria,
en un tiempo que renueva
el irrumpir del gesto preludiando
el acecho tranquilo del reproche.
Un tiempo cercano a algún aroma
perdido,
o encontrado quizá y despojado,
ajeno ya a honores viejos,
a latidos, a manos,
a sueños placenteros. Mi sombra
no debe deslizarse tras ninguna.
Mi huella borrada cada día
secará desiertos de sed
y el círculo perfecto por soñado
podrá enlazar sus manos,
tendidas hoy como amantes sobre olas,
calladas hoy como velas en penumbra.
BUSCANDO EL AROMA
I
En esos tiempos crepusculares,
llenos de atardeceres rosados
y mundos que se abren al asombro
de rumores tiernos,
de matices inacabables,
ha vagado mi frente
aleteando el aire
para recoger la inspiración
-etérea forma, huidiza seña-
que fecundase mi memoria.
Pero lo blanco
seguía blanco como antes,
sin rasgos, sin tonadas,
sin ensoñaciones dulces o maduras
y sólo
un después grabado a fuego
sobrevivía
al sonido,
al aroma del ocaso solitario.
II
El después llegaba,
llegaba siempre
silencioso, inagotable siempre,
fuerte y altivo
como lo grande todo.
Llegaba arrasando mi alma
en delirio desbocado,
salpicando en carrera sin meta
un papel inmenso, mi cabeza,
sin explicar,
sin nunca haber elegido
el matiz preciso de la tarde,
el aroma exacto del instante
en que yo robé la palabra.
Es el hielo
levantado con el sueño que te aleja
por un cáliz seco de veneno
y arrugado,
por mis sendas torcidas
que perdieron la hierba tras la aurora.
Es la boca
sellada en el silencio que te abraza
con fe vencida
y sonrisas calcinadas.
Es todo gesto inerte
agazapado,
todo latir largo que se escurre
en un fluir sereno
hacia la muerte.
Porque aún no he escrito
mi mejor poema,
amado,
araño carne sonora
en palabras calientes, temblores,
cortando el perfil nocturno
que aprisiona lunas
o ensombrece mares.
Poque aún no he escrito
mi último poema,
amado,
seguiré soñando triste
el goce total de estar contigo,
hasta que un leve toque de nudillos
bambolee
las tardías campanillas de mi huerto.