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Poesía > Libro de Ainakls

Libro de Ainakls Libro de Ainakls Carmen Borja Diputación de Cádiz. «Arenal de Poesía», 18 Jerez de la Frontera, 1988 56 páginas ISBN: 84-505-7301-7
Selección de poemas: I Yace ahora sombra entre las sombras aquel que esclavizara tu voz y tu sentido e hiciera de tu gesto el de una diosa triste. No queda de su paso otra huella que la arena y la luz de sus ojos ya no brilla entre los vivos: sepulcro amplio que mides con tu sueño, que rodeas y abrazas con tu sueño, que modulas en la tarde con tu sueño de ola. Yace ahora sin nombre en tierra ignota aquel que en otro tiempo llegara de lejos e hiciera de tu boca su nido y su morada. De herrumbre y guerra es tu camino, camino de extranjero, sendero de Ainakls. II Campos agostados de Ainakls, campos febriles de punzada y escorzo, de entraña contraída y fuegos fatuos. Campos de sed vencidos por la escarcha, silentes como orillas tras naufragios de nubes. III Es tu estirpe de la estirpe de Ainakls. ¿Oyes silbar el viento entre los árboles y las hojas desgarradas y los setos? Es el viento famélico y desnudo del norte que vaga dolorido por sus campos. IV Mas no temas el torso bruñido del silencio ni el seco rasguido de las copas. Fría es la noche, noche de augurio y de derrota y tus manos la abrazan como sueño de náufrago. V Repudian con furor al solitario, al orgulloso rey de su miseria y proscriben la hoguera que consume su carne. Mas tu entraña es ardiente y sombría y tus ojos se abren a la noche con pasión de moribundo. Sueñas la noche como manto incendiado ungido de temblores y bóvedas de incienso, torbellino feroz, desgarro, madrugada, fuego de junco, dolor de Ainakls. VI Acoge con piedad el sol, el espanto del sol en la garganta. Pues ¿quién podría resistir la plenitud? ¿Quién soportaría la locura de saber eternas sus cenizas? XVII Desborda su cauce la vida que se yergue tras la bruma enganchada entre hileras de cedros y presagios en flor de cuatro mil soles. Nada perpetúa el curso de sus días y la luz engulle con premura la tierra que agoniza y los caminos de sal se tornan agrios y sombríos como ecos sin velo. Mas deja que el destino culmine su obra. Pues habita en la derrota el poder de los hombres, la mano que los lanza a paisajes inciertos ajenos al tañido de campanas ausentes. XVIII ¿Podrán acaso detener tu risa y los flecos dorados de tu angustia? Es el alba una historia de traiciones inconclusa y mi cuerpo la acoge como tela de araña. Tibia es el alba, mordaza cenicienta de hipóstasis, reclusa de sí misma y apestada. Mas la noche… En la noche conjuran en secreto nombres olvidados, el recitar del viento, el latir de lo cerrado. Tenso y terrible es el culto de la noche, el gesto de la noche, los ojos que traspasan el surco de la estirpe: en la noche. XIX No alejes a un ángel de tu puerta. Porque todo lo que vive es sagrado, sagrado y sin piedad bajo un sol de sangre y el abismo del día irrumpe en mi memoria cruel como el acecho furtivo del verano. Llena está de gritos la luz que apagara el recuerdo ambiguo de una tierra estéril sin más primavera que el bullir de la muerte. XXIII Araña y pez es la cal del destierro. Florecen en tu ausencia los manzanos de Evin y sus ramas atisban horizontes de lluvia. Lejos quedó el chillido gris de las gaviotas, el aroma mordiente de los cirios, el calor sagrado de tu casa. XXXII Lluvia de arena es la paz de los hombres. Tu sonrisa se quiebra en la umbría del bosque, en la fe de los tilos que cimbrean el aire. Lluvia de arena es la paz de los hombres. ¿No presientes cercano el collar de la aurora? Con el día agoniza la palabra y tempranea el latido perfumado de la muerte. XXXIII Con el día los nombres se sumergen bajo siglos crispados de memoria y ocultan su poder y se traicionan. Mas tu lengua es veraz, veraz tu canto y en Evin los inviernos son dulces como piel de doncella. XXXIV Váse la noche en retirada y tu sueño pronto será una cresta de ola en el naufragio. Pero es tu dolor el dolor de Ainakls, el llanto de Ainakls, la inmensa carcajada de Ainakls y la tragedia se eleva de su espuma como vuelo de ave. XXXV Amanecía. Bajo el peso metal del horizonte inclinaba su frente el viejo mundo resignado a morir de luz y frío.