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Poesía > Libro de la Torre

Libro de la Torre Libro de la Torre / Libro de Ainakls Carmen Borja Los Libros de la Frontera. «El Bardo», 8 Barcelona, 2000 96 páginas incluye la 2a edición de Libro de Ainakls ISBN: 84-8255-034-9
Selección de poemas: El movimiento de los continentes. Te fascinó la imagen de aquellas enormes masas de tierra que se movían milímetro a milímetro, con parsimonia. El mapa del futuro diseñándose en milímetros. Y tú allí, haciendo memoria del pasado para ser capaz de crear presente.Buscabas nombres propios para todo lo perdido. Y en eso llegó la muerte. Vino a ti el bosque sagrado de los cedros. Y el dios extranjero condenado al canto. El héroe loco en una playa extraña. El suplicante que rasga el silencio más puro. El ángel que llama a cualquier puerta. El niño cobijado en medio de la noche. Y aquel que sabe del amor eterno. I Al principio, el verbo: un indefinido. Tu lengua fue una sucesión de aoristos, ése era el tiempo de los tuyos. Algunos cantan las cosas, pero a mí me corresponde ahora cantar la ausencia de las cosas, el surco de la nieve en la ceniza. II Estás desnuda ante el tiempo y no te sirve la canción del mirlo ni la alondra. ¿Qué hay de tu propia canción? ¿Permanece el amor? Hablas a la sombra que fuiste, desmembrada en miles de fragmentos. Puede haber peso, medida, dirección, pero la suma de todos no eres tú. ¿Qué los unirá? ¿Qué podrá unirlos? "El amor mueve las estrellas", dijo Dante, y antes que él lo dijeron muchos otros. Y después de él, aun sin saberlo. Puedo decir: recuerdo. Recuerdo que la dicha es posible. III No todo lo evidente es real. El sol se pone cada día, la luna crece al llegar al horizonte. Y sin embargo sabemos de otro modo. La muerte te ha arrancado de mi lado y no tengo certezas que me defiendan. Mi llanto y mi desgarro son míos. Pero en ellos está el dolor del mundo y entiendo su letra y la tristeza de su música. También el dolor es revelación. IV Caía la nieve de marzo sobre el jardín, lenta y blanda. ¿Qué es el mar sin la mirada del náufrago? La tarde apagada, la luz de las velas, el fuego en la chimenea como viejo rito. Un escenario que venía de lejos con la ensoñación silenciosa de un gato. Tanta belleza ajena a tanto dolor. Y yo pido un milagro en medio de la noche mientras acaricio su espalda tibia y amada. VIII Vacía y rota en pena noche, sin forma de entender mi biografía, frágil y cargada de memoria. "Esto se acaba", dijiste. Pero ¿se acaba? He visto el limonero en flor y las lilas meciéndose en el huerto. Escribí tu muerte antes de hora. Escribí tu muerte sin saber que era la tuya. Escribí tu muerte: enmudeció la mía. IX Hay quien dice medir el dolor. ¿Cómo saber el peso de una lágrima? ¿Qué altura tiene la desesperación? ¿Cuánto ocupa la soledad? ¿Cuánto el desconsuelo? Aquella noche no vi a Virgilio ni a Caronte pero los dos supimos que era la última. Necesito palabras para salvar este instante. XI ¿Hasta dónde sube la escalera? La espiral cónica que asciende dibuja una torre bien extraña. ¿Sirve contar los escalones? Hay sol y en las hojas anida la nostalgia. Todo tiene un tiempo. "El hombre es la medida de todas las cosas". Pero tú sabes de otras sendas. Certeramente transito por caminos inciertos y ejerzo mi libertad como el buscador de conchas. Es así como nacen los sueños. XII Fuimos extranjeros en todas las ciudades, extranjeros siempre bajo la misma luna. Pero ¿qué amor necesita patria? Los recuerdos palpitan en todos los rincones y salen a mi encuentro en cualquier esquina: parezco entonces un perro apaleado que busca refugio cuando la lluvia arrecia. Pues quedó todo de ti cuando no tengo nada. XVI Vuelves después de tres mil noches de ausencia, tres mil noches cargadas de un silencio de losa. Tienes las palabras de los que no hablarán nunca, la mirada de los que no recuerdan la luz, las manos de quienes ayudan a vivir y a morir. Conoces las heridas más hondas. ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu casa? Ves a Perceval callar tras la ventana. Escribo para los que tienen esperanza, para aquellos que conocen el sentido del viaje y dan su corazón como semilla. Escribo para los desesperados, para los que se consumen en una estación de paso y renuncian a oír de nuevo el trepidar del tren a lo lejos. XVIII Vienes de un paisaje de verdes y hortensias, de una tierra con nombre de archipiélago. El viejo afilador aparece cada invierno y su llamada serpentea en el aire justo antes de caer la lluvia. La tristeza no estaba en los trenes ni en el mar embravecido ni en la niebla. ¿Quién puede saltar por encima de su sombra? El agua quiere raíces, cercados alrededor de una casa. Si olvidas quién eres llegará de nuevo la nostalgia como un veneno lento de la tarde. XXI La ciencia es un acto de fe. El océano de hoy fue volcán otro tiempo y el cambio es lo único constante. Nuestros pobres ojos habituados creen normal y obligado el milagro permanente. La vida estaba allí, latía en el límite elíptico, en el roce de tanta alegoría, en la verdad del símbolo cuando al fin se comprende, en la sonrisa dulce de la mujer del alquimista. XXVI Hoy es buen día para morir. He amado de manera que no importa que me vaya. Sé lo que germina con una vida nueva y conozco la piedad, el miedo y la belleza. He sentido qué se rompe cuando agoniza en nuestros brazos el amor más hermoso y he visto atardecer de muchas playas. Qué decir de la lluvia, del salitre, de la brea, del reflejo de la luz en el agua, de la nieve en marzo, del presentimiento furtivo del verano. XXVII Hoy es buen día para vivir. Recibo el sol como un regalo imprevisto. Hago con atención cosas sencillas, cosas cargadas de razones importantes. Siento la alegría en el corazón de Lena y la luz de sus ojos repletos de asombro. Cada acto, cada gesto, cada instante, cobran sentido en un mundo que comienza. También el abismo se agazapa tras mi puerta. Gozo del mar, del bosque o del día nublado y sé que no habrá otro si no es necesario.